Ángel Carnevali Monreal
Carnevali Monreal fué no sólo el más brillante escritor trujillano de su época, sino también una de las más destacadas figuras del pensamiento venezolano. Nació en la ciudad de Trujillo alrededor de 1866, hijo de don Ángel Carnevali, italiano, y de Nicolasa Monreal, venezolana, descendiente esta última de don Sancho Briceño y colateral lejana, por tanto, del Libertador. A muy temprana edad fallecieron los padres de Ángel, quien, así como sus hermanos, fué acogido en hogares amigos para su formación y educación.
Amilcar Fonseca
El Dr. Amílcar Fonseca nace en la ciudad de Trujillo el 19 de mayo de 1870. Es el primogénito del matrimonio de José Félix Fonseca, maestro de primera enseñanza, y de Catalina Testa. Su niñez se desenvuelve en un medio donde se ignoran los acontecimientos del mundo. Caracas, la capital, está lejos, muy lejos de la pequeña ciudad andina; tanto, que las pocas personas que pueden realizar el viaje entre una y otra urbes, tienen que viajar primero a Maracaibo, confiando su vida a pequeños barcos que desde La Ceiba, Moporo o La Dificultad, caseríos lacustres, de la zona baja del Estado Trujillo, toman rumbo a Maracaibo; ahí los viajeros trasbordan a un navío que, antes de conducirlos a La Guaíra, toca en la isla holandesa de Curazao. Entonces los caudillos, comerciantes y hacendados trujillanos, cuando se veían precisados a trasladarse a la capital de la República, hacían testamento y se confesaban para afrontar los peligros de la azarosa travesía. Idénticas precauciones postmorten adoptaban, si por temor a los naufragios, decidían adentrarse por las múltiples rutas infestadas de partidas de bandoleros o alzados contra el Gobierno, atravesando los Estados Lara, Yaracuy, Carabobo, Aragua y Miranda.
El Dr. Amílcar Fonseca nace en la ciudad de Trujillo el 19 de mayo de 1870. Es el primogénito del matrimonio de José Félix Fonseca, maestro de primera enseñanza, y de Catalina Testa. Su niñez se desenvuelve en un medio donde se ignoran los acontecimientos del mundo. Caracas, la capital, está lejos, muy lejos de la pequeña ciudad andina; tanto, que las pocas personas que pueden realizar el viaje entre una y otra urbes, tienen que viajar primero a Maracaibo, confiando su vida a pequeños barcos que desde La Ceiba, Moporo o La Dificultad, caseríos lacustres, de la zona baja del Estado Trujillo, toman rumbo a Maracaibo; ahí los viajeros trasbordan a un navío que, antes de conducirlos a La Guaíra, toca en la isla holandesa de Curazao. Entonces los caudillos, comerciantes y hacendados trujillanos, cuando se veían precisados a trasladarse a la capital de la República, hacían testamento y se confesaban para afrontar los peligros de la azarosa travesía. Idénticas precauciones postmorten adoptaban, si por temor a los naufragios, decidían adentrarse por las múltiples rutas infestadas de partidas de bandoleros o alzados contra el Gobierno, atravesando los Estados Lara, Yaracuy, Carabobo, Aragua y Miranda.
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