Artistas Trujillanos más reconocidos





Josefa Sulbarán
Josefa Sulbarán ya no es aquella mujer que, al entrar en confianza, gustaba conversar dejando a un lado su característica timidez mientras le acariciaba la cabeza a alguno de sus perros, sino esta anciana cuya mirada triste interroga al horizonte en busca de los paisajes, las vivencias y leyendas que desde niña plasmó en sus cuadros.
“¡Ah rigor paisana! Paisana, paisanita, el destino nos juntó y la vida nos separó con eso de lo que pudo ser y no fue. Dejemos la conversa quieta pa’ más luego, ¿no le parece mejor?”.

Conversación que nunca pudimos sostener, aunque en el recuerdo las palabras de Josefa Sulbarán persisten envueltas en un aroma de mastuerzo niño, musgo y café; sólo tangible en los verdes, rojos, amarillos, blancos y azules omnipresentes en su singular universo plástico: Los Cerrillos.
Los Cerrillos, comarca vecina a Mendoza Fría en el Estado Trujillo, Venezuela, es el lugar donde Josefa Sulbarán ha vivido la mayor parte del tiempo desde que nació un día de diciembre del año 1923, hecho del cual da fe el poeta Antonio Pérez Carmona en La bella niña de ese lugar: “Su madre, María Virginia Sulbarán, le contaría en esos coloquios crepusculares, a la que ya era señorita primaveral y que sus amigas llamaban cariñosamente Josefita, que el parto de la fría madrugada navideña, fue harto difícil, doloroso, pleno de angustia en una terrible soledad, pues ella, o sea, la entonces moza campesina, con un coraje y valor extraordinarios, recurriendo a su fe en Dios y la Virgen, colocó la estera en el piso, para, sin ayuda de la partera, dar a luz la hermosa chiquilla de ojos azabache, cabellos de ébano y piel canela. Y no se habían dormido aún las estrellas con la aurora, cuando María del Rosario Sulbarán (la abuela), abría aquella puerta rústica, a objeto de buscar el vecino fuego, encontrando a la joven en el suelo, en la escena semejante al pesebre de Belén”.



Relato que sin duda influyó en la pintora para llevarla a hacer del nacimiento, y en especial el del Niño Dios, un tema recurrente en su obra; sólo que sus nacimientos no acontecen en un pesebre de Belén sino en medio del verdor esplendente de Los Cerrillos, tal como puede apreciarse en sus cuadros “Paseo del Niño”, “Celebración de Noche Buena” “Paradura Nocturna del Niño”, entre otros. Además, las circunstancias que rodearon el parto en que Virginia Sulbarán alumbró a Josefa no sólo han marcado su obra, sino también la devoción que con gran entusiasmo siempre ha manifestado sentir por la mujer que la trajo al mundo: “¿Cómo no haber adorado tan inmensamente a mi madre Virginia, si ella por poco no entregó su vida al darme la mía, en esa temerosa soledad, donde ocurriera el milagro bajo el poder de Dios y de la Virgen?”.
Y no es para menos, ya que en aquél difícil medio rural, Virginia, la madre, quiso brindar a su pequeña lo que la vida le había negado a ella: la educación; así que al alcanzar Josefita la edad necesaria, de la mano Virginia la lleva diariamente a la improvisada escuelita del señor Raimundo Montilla, para que éste se la enseñe a leer y escribir.
Con el general Eleazar López Contreras, luego de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez, comienza en Venezuela una nueva era --sobre todo en las áreas sanitaria y educativa-- al decretarse en el año 1937 la creación de las escuelas rurales y, entre ellas, con sede en Los Cerrillos la Escuela Rural N° 3217, en donde Virginia Sulbarán se apresura a inscribir a Josefita, convirtiéndola en una de las primeras y pocas alumnas de la maestra normalista María Marbelina Castellanos.
Asdrúbal Colmenárez
Asdrúbal Colmenárez, artista plástico  que ha proyectado con sus esculturas y pinturas el alma de nuestro Estado en el país y el mundo, es la persona seleccionada por Diario de Los Andes (DLA) para recibir la distinción Truji­llano del Año.
Asdrúbal Colmenárez es el artista plástico trujillano que ha logrado una mayor proyección internacional. Na­ció en la ciudad de Trujillo en 1936. En­tre 1960 y 1963 realizó estudios en el Taller del Ateneo de Trujillo, su ciu­dad natal, y en la Escuela de Artes Plás­ticas Cristóbal Rojas, de Caracas. Su interés por avanzar en el mundo de la plástica lo llevó, en 1968, a mudarse a París, Francia, donde dos años después se hizo merecedor de una be­ca de Estudios del Gobierno Fran­cés. En 1978 obtuvo una beca de investigación de la Fundación Gu­ggen­heim, de Estados Unidos.

Ha representado a Venezuela en numerosos salones y bienales internacionales, entre ellos: La Bienal La­ti­no­americana de la Habana en 1983 /1985. En 1986, una de sus esculturas formó parte de la representación Ve­nezolana para los Juegos Olímpicos de Seúl, Corea. La Bienal de Guayana en el Museo Jesús Soto (Ciudad Gua­yana-Venezuela) rindió homenaje a Asdrúbal Colmenárez en 1989.




Colmenárez también goza de prestigio como formador de nuevas generaciones de artistas plásticos, desde hace 26 años es profesor de Arte Con­temporáneo en la Universidad de Vin­cennes, París VIII, Francia. 

El profesor de la Maestría de Li­teratura Latinoamericana, del Nú­cleo Universitario Rafael Rangel (Nurr), Alberto Villegas, quien es uno de los principales estudiosos de Colmenárez, lo define como un "viajero impenitente", cuya  existencia se realiza en un aquí y un allá", en la que Trujillo siem­­pre está presente. (Conferencia de clausura del Congreso de Literatura La­tinoamericana, realizado en junio de este año).

Antonio Fernández. El Hombre del Anillo

Fue en El Corozo, en ese Escuque ido de los años infantiles y brumosos en el recuerdo el centro de la música, de las pandillas juveniles y del arte que se regaba silvestre-mente, donde nació este artista.
Aquellos hermanos Baptista, que eran, para nosotros los mejores "cantores" del mundo, nos hacían festivos en los atardeceres de verano cuando entonaban en la "puerta de golpe a lo Jorge Negrete, "Esos altos de Jalisco". La canción, oriunda de Sayula, corría por la calle de piedra y se metía en un huerto, hermoso y fresco, cultivado por padre e hijo, bajo la sombra de un gran árbol de "pan de año. Eran dos labriegos, al viejo se le llamaba el maestro Román, porque cuando dejaba su paisaje de agricultura, se dedicaba a remendar las casas, a tapar rendijas, los huecos, para exilar las goteras. El joven vendía lechugas y perejil.

Eran huraños, silenciosos, pero solemnes en esa existencia anónima y muda.
Cuando llegó la muerte para el viejo, o sea para el "Taita" de Antonio, este rompió su vínculo con la tierra, con su huerto, con Escuque y se fue a la aventura a recorrer mundo, a hacerse hombre a base de coraje, a pasar hambre y convivir con los sacrificios y miserias, y a revelar por sobre todas las cosas, un arte que tenía impreso en su sangre y su memoria.

Nadie en Escuque llegó a imaginarse que Antonio José Fernández, el vendedor de hortaliza, ese agricultor tosco e introvertido, fuera un caudal de obsesiones, imágenes e intuiciones, que llevara en su intimidad la creatividad, el esplendor y la fiebre del artista. Algunos -y el relato seria más tarde- lo vieron en el cementerio trabajando, en un diálogo nostálgico en la tumba de su padre.



Antonio fue al ejército; era analfabeto y allí apenas le enseñaron a medio leer y escribir. Cuando se le dio de baja, un oficial le hizo esta recomendación: "A quien le pueda interesar, este hombre sabe poner ampolletas". Y Fernández se vino a Valera, cayó en pobres hospedajes; la vida era difícil, terrible en esos días. Sus entradas eran mínimas y no le alcanzaba ni para pagar el cuartucho. Pero en el silencio agigantado de las noches, pintaba, hacía dibujos, dejaba correr su imaginación hasta que el alba reemplazaba la luz artificial.
En los días de calor inusitado, Antonio se iba al río, caminaba en monólogo habitual y no parecía ni interesarse por el paisaje. En las riberas del Motarán pasaba horas y horas tallando pequeñas piedras, moldeándolas, transformándolas en siluetas, arabescos o figuras extrañas. Como era muy pobre y soñaba con un hermoso anillo, se hizo uno de piedra y se lo colocó como señal de triunfo, en el camino, en ese batallar que iría a librar para hacerse artista. 

Antonio cambió su profesión ambulante por la de frutero en el Mercado Municipal. Allí entre ramas, naranjas, olores y un círculo de voces, un tumulto, un transitar de gentes y ruidos, le descubrió el médico y pintor Carlos Contramaestre y lo lanzó por los horizontes de la divulgación creativa. Carlos le tendió fraternalmente la mano, le impulsó a trabajar, a crear, a pintar, a esculpir, a organizarse, a echar fuera de su cuerpo a esos fantasmas que lo roían, que le cercenaban sus vasos sanguíneos. Y Antonio José Fernández apareció en los periódicos y revistas, era ya otro creador ingenuo, sin influencias, desconocedor de toda la historia, movimientos, formas y juegos del arte pictórico.
Sus primeras exposiciones estuvieron marcadas por el éxito, pues vendió la mayoría de las obras, y la sonrisa se hizo presente en aquel rostro huraño y despectivo.

Sofía Imber califica a Fernández como uno de los pintores ingenuos de mayor valía en el país. Juan Calzadilla, elogia igualmente en forma notable el arte de este ex-labriego escuqueño. Antonio no tiene gran dominio sobre el dibujo, es decir que jamás le ha interesado la proporción, la perspectiva, la figura o el retrato, sino que hace de sus personajes simples muñecos o muñecas, trazos deformes pero acompañados con el ritmo melodramático. Pero lo más interesante, lo más valedero, lo que impresiona en este pintor, es su gran colorido, la violencia, lo estallante, los rojos que impactan en todo momento y no riñen con otras tonalidades suaves.

Creo que uno de los cuadros donde ha logrado mayor perfección es el denominado "Las Furias y Las Tinieblas", donde desde un cielo emparentado entre azules y grises, emergen tres monstruos, especie de dragones o cancerberos lanzando fuego por las fauces y creando el temor entre los campesinos, los místicos y los jóvenes.
Para algunos, Fernández es mejor escultor que pintor. Particularmente no estoy de acuerdo con esta tesis, pero no obstante no hay que dejar de reconocer la ardua tenacidad, el dominio, la hondura, la capacidad y la creación del artista en sus esculturas.

Fernández reside en Carvajal en aquella casa que hace algunos años habitó Salvador Valero. Esta residencia es grande, tranquila, funcional y magnífica al mundo fabulador del pintor. Fue donada a través de los miembros del desaparecido "Grupo Martes", entre quienes figuraban el abogado José D'Albenzio y la doctora Josefa Simancas Carrasquero, así como otras personas jóvenes que trabajaron activamente para hacer realidad el sueño de "El Hombre del Anillo" con respecto a su casa propia. Y Fernández jamás ha olvidado este gesto y cada momento se expresa con elogios para los que formaban filas en ese Grupo que recordaba los martes poéticos de Mallarmé.

De un lustro para acá, Antonio José Fernández ha cambiado muchísimo en el aspecto espiritual. Ya no es aquel personaje agresivo, hosco, contra quienes no le compraban sus pinturas; ya no es el atormentado por la precaria situación económica. No habla de suicidio como tanto solía hacerlo. Luce alegre, y a pesar de su soledad y de que sus ojos no están en muy buenas condiciones, ha echado a un lado sus quejas para sonreírle a la vida.

Así es este Antonio José Fernández, "El Hombre del Anillo", el artista que sólo visita a Escuque cuando va estrechar la mano de su padre que desde hace más de dos décadas yace solitario bajo tierra.
Rafaela Baroni

Rafaela Baroni

El reciente veredicto del Comité ejecutivo del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía, CNAC, sobre los proyectos a financiar este año incluyó a la propuesta de desarrollo de guión titulada, Aleafar, que dará pie a un documental sobre la artista popular Rafaela Baroni, presentada por Leoncio Barrios. 

Rafaela Baroni, tallista, pintora, performista, poetisa, declamadora, cuentacuentos, compositora, cantante, cultora de la muerte y sanadora a través de la ternura, ha despertado interés de críticos, coleccionistas y público en general desde la presentación de su obra en el Museo de Arte en Contemporáneo a mediados de los noventa y por su trayectoria recibió el Premio Nacional de Cultura Popular 2006.
“Baroni”, según su propia leyenda, ha tenido una vida marcada por el sufrimiento y a pesar de ello, lo ha convertido en un goce que plasma en la obra que talla, pinta y compone todos los días y noches y vive en su cotidianidad. La recreación de su vida a través de sus historias desde la infancia hasta los algo más de setenta años que ahora tiene, es fascinante. Su existencia ha estado marcada por el deber familiar, el amor al prójimo, el amor erótico, convulsiones epilépticas, muertes transitorias, devoción religiosa, pasión por la muerte, amor por la naturaleza y mucha, mucha fantasía que, entre otros elementos, ha volcado en una capacidad creadora impresionante en la cual conjuga la ingenuidad de una mujer campesina con la picardía propia de ese mundo.




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