El Estado Trujillo se ha caracterizado por ser tierra de santos y sabios, en este blog daremos a conocer las obras literarias de personajes nacidos en este espacio geográfico.
jueves, 1 de marzo de 2012
Artistas Trujillanos más reconocidos
Josefa Sulbarán
Josefa Sulbarán ya no es aquella mujer que, al entrar en confianza, gustaba
conversar dejando a un lado su característica timidez mientras le acariciaba la
cabeza a alguno de sus perros, sino esta anciana cuya mirada triste interroga
al horizonte en busca de los paisajes, las vivencias y leyendas que desde niña
plasmó en sus cuadros.
“¡Ah rigor paisana! Paisana,
paisanita, el destino nos juntó y la vida nos separó con eso de lo que pudo ser
y no fue. Dejemos la conversa quieta pa’ más luego, ¿no le parece mejor?”.
Conversación que nunca pudimos
sostener, aunque en el recuerdo las palabras de Josefa Sulbarán persisten
envueltas en un aroma de mastuerzo niño, musgo y café; sólo tangible en los
verdes, rojos, amarillos, blancos y azules omnipresentes en su singular universo
plástico: Los Cerrillos.
Los Cerrillos, comarca vecina a Mendoza Fría en el Estado Trujillo,
Venezuela, es el lugar donde Josefa Sulbarán ha vivido la mayor parte del
tiempo desde que nació un día de diciembre del año 1923, hecho del cual da fe
el poeta Antonio Pérez Carmona en La bella niña de ese lugar: “Su madre, María
Virginia Sulbarán, le contaría en esos coloquios crepusculares, a la que ya era
señorita primaveral y que sus amigas llamaban cariñosamente Josefita, que el
parto de la fría madrugada navideña, fue harto difícil, doloroso, pleno de
angustia en una terrible soledad, pues ella, o sea, la entonces moza campesina,
con un coraje y valor extraordinarios, recurriendo a su fe en Dios y la Virgen,
colocó la estera en el piso, para, sin ayuda de la partera, dar a luz la
hermosa chiquilla de ojos azabache, cabellos de ébano y piel canela. Y no se
habían dormido aún las estrellas con la aurora, cuando María del Rosario
Sulbarán (la abuela), abría aquella puerta rústica, a objeto de buscar el vecino
fuego, encontrando a la joven en el suelo, en la escena semejante al pesebre de
Belén”.
Relato que sin duda influyó en la pintora para llevarla a hacer del
nacimiento, y en especial el del Niño Dios, un tema recurrente en su obra; sólo
que sus nacimientos no acontecen en un pesebre de Belén sino en medio del
verdor esplendente de Los Cerrillos, tal como puede apreciarse en sus cuadros
“Paseo del Niño”, “Celebración de Noche Buena” “Paradura Nocturna del Niño”,
entre otros. Además, las circunstancias que rodearon el parto en que Virginia
Sulbarán alumbró a Josefa no sólo han marcado su obra, sino también la devoción
que con gran entusiasmo siempre ha manifestado sentir por la mujer que la trajo
al mundo: “¿Cómo no haber adorado tan inmensamente a mi madre Virginia, si ella
por poco no entregó su vida al darme la mía, en esa temerosa soledad, donde
ocurriera el milagro bajo el poder de Dios y de la Virgen?”.
Y no es para menos, ya que en aquél difícil medio rural, Virginia, la
madre, quiso brindar a su pequeña lo que la vida le había negado a ella: la
educación; así que al alcanzar Josefita la edad necesaria, de la mano Virginia
la lleva diariamente a la improvisada escuelita del señor Raimundo Montilla,
para que éste se la enseñe a leer y escribir.
Con el general Eleazar López Contreras, luego de la muerte del dictador
Juan Vicente Gómez, comienza en Venezuela una nueva era --sobre todo en las
áreas sanitaria y educativa-- al decretarse en el año 1937 la creación de las
escuelas rurales y, entre ellas, con sede en Los Cerrillos la Escuela Rural N°
3217, en donde Virginia Sulbarán se apresura a inscribir a Josefita,
convirtiéndola en una de las primeras y pocas alumnas de la maestra normalista
María Marbelina Castellanos.
Asdrúbal Colmenárez
Asdrúbal Colmenárez, artista plástico que ha proyectado con sus
esculturas y pinturas el alma de nuestro Estado en el país y el mundo, es la
persona seleccionada por Diario de Los Andes (DLA) para recibir la distinción
Trujillano del Año.
Asdrúbal Colmenárez es el artista
plástico trujillano que ha logrado una mayor proyección internacional. Nació
en la ciudad de Trujillo en 1936. Entre 1960 y 1963 realizó estudios en el
Taller del Ateneo de Trujillo, su ciudad natal, y en la Escuela de Artes Plásticas
Cristóbal Rojas, de Caracas. Su interés por avanzar en el mundo de la plástica
lo llevó, en 1968, a mudarse a París, Francia, donde dos años después se hizo
merecedor de una beca de Estudios del Gobierno Francés. En 1978 obtuvo una
beca de investigación de la Fundación Guggenheim, de Estados Unidos.
Ha representado a Venezuela en
numerosos salones y bienales internacionales, entre ellos: La Bienal Latinoamericana
de la Habana en 1983 /1985. En 1986, una de sus esculturas formó parte de la
representación Venezolana para los Juegos Olímpicos de Seúl, Corea. La Bienal
de Guayana en el Museo Jesús Soto (Ciudad Guayana-Venezuela) rindió homenaje a
Asdrúbal Colmenárez en 1989.
Colmenárez también goza de
prestigio como formador de nuevas generaciones de artistas plásticos, desde
hace 26 años es profesor de Arte Contemporáneo en la Universidad de Vincennes,
París VIII, Francia.
El profesor de la Maestría de Literatura
Latinoamericana, del Núcleo Universitario Rafael Rangel (Nurr), Alberto
Villegas, quien es uno de los principales estudiosos de Colmenárez, lo define
como un "viajero impenitente", cuya existencia se realiza en un
aquí y un allá", en la que Trujillo siempre está presente. (Conferencia
de clausura del Congreso de Literatura Latinoamericana, realizado en junio de
este año).
Antonio Fernández. El Hombre
del Anillo
Fue en El Corozo, en ese Escuque
ido de los años infantiles y brumosos en el recuerdo el centro de la música, de
las pandillas juveniles y del arte que se regaba silvestre-mente, donde nació
este artista.
Aquellos hermanos Baptista, que
eran, para nosotros los mejores "cantores" del mundo, nos hacían
festivos en los atardeceres de verano cuando entonaban en la "puerta de
golpe a lo Jorge Negrete, "Esos altos de Jalisco". La canción,
oriunda de Sayula, corría por la calle de piedra y se metía en un huerto,
hermoso y fresco, cultivado por padre e hijo, bajo la sombra de un gran árbol
de "pan de año. Eran dos labriegos, al viejo se le llamaba el maestro
Román, porque cuando dejaba su paisaje de agricultura, se dedicaba a remendar
las casas, a tapar rendijas, los huecos, para exilar las goteras. El joven
vendía lechugas y perejil.
Eran huraños, silenciosos, pero
solemnes en esa existencia anónima y muda.
Cuando llegó la muerte para el
viejo, o sea para el "Taita" de Antonio, este rompió su vínculo con
la tierra, con su huerto, con Escuque y se fue a la aventura a recorrer mundo,
a hacerse hombre a base de coraje, a pasar hambre y convivir con los
sacrificios y miserias, y a revelar por sobre todas las cosas, un arte que
tenía impreso en su sangre y su memoria.
Nadie en Escuque llegó a
imaginarse que Antonio José Fernández, el vendedor de hortaliza, ese agricultor
tosco e introvertido, fuera un caudal de obsesiones, imágenes e intuiciones,
que llevara en su intimidad la creatividad, el esplendor y la fiebre del
artista. Algunos -y el relato seria más tarde- lo vieron en el cementerio
trabajando, en un diálogo nostálgico en la tumba de su padre.
Antonio fue al ejército; era
analfabeto y allí apenas le enseñaron a medio leer y escribir. Cuando se le dio
de baja, un oficial le hizo esta recomendación: "A quien le pueda
interesar, este hombre sabe poner ampolletas". Y Fernández se vino a
Valera, cayó en pobres hospedajes; la vida era difícil, terrible en esos días.
Sus entradas eran mínimas y no le alcanzaba ni para pagar el cuartucho. Pero en
el silencio agigantado de las noches, pintaba, hacía dibujos, dejaba correr su
imaginación hasta que el alba reemplazaba la luz artificial.
En los días de calor inusitado,
Antonio se iba al río, caminaba en monólogo habitual y no parecía ni
interesarse por el paisaje. En las riberas del Motarán pasaba horas y horas
tallando pequeñas piedras, moldeándolas, transformándolas en siluetas,
arabescos o figuras extrañas. Como era muy pobre y soñaba con un hermoso anillo,
se hizo uno de piedra y se lo colocó como señal de triunfo, en el camino, en
ese batallar que iría a librar para hacerse artista.
Antonio cambió su profesión
ambulante por la de frutero en el Mercado Municipal. Allí entre ramas,
naranjas, olores y un círculo de voces, un tumulto, un transitar de gentes y
ruidos, le descubrió el médico y pintor Carlos Contramaestre y lo lanzó por los
horizontes de la divulgación creativa. Carlos le tendió fraternalmente la mano,
le impulsó a trabajar, a crear, a pintar, a esculpir, a organizarse, a echar
fuera de su cuerpo a esos fantasmas que lo roían, que le cercenaban sus vasos
sanguíneos. Y Antonio José Fernández apareció en los periódicos y revistas, era
ya otro creador ingenuo, sin influencias, desconocedor de toda la historia,
movimientos, formas y juegos del arte pictórico.
Sus primeras exposiciones
estuvieron marcadas por el éxito, pues vendió la mayoría de las obras, y la
sonrisa se hizo presente en aquel rostro huraño y despectivo.
Sofía Imber califica a Fernández
como uno de los pintores ingenuos de mayor valía en el país. Juan Calzadilla,
elogia igualmente en forma notable el arte de este ex-labriego escuqueño.
Antonio no tiene gran dominio sobre el dibujo, es decir que jamás le ha
interesado la proporción, la perspectiva, la figura o el retrato, sino que hace
de sus personajes simples muñecos o muñecas, trazos deformes pero acompañados
con el ritmo melodramático. Pero lo más interesante, lo más valedero, lo que
impresiona en este pintor, es su gran colorido, la violencia, lo estallante,
los rojos que impactan en todo momento y no riñen con otras tonalidades suaves.
Creo que uno de los cuadros donde
ha logrado mayor perfección es el denominado "Las Furias y Las
Tinieblas", donde desde un cielo emparentado entre azules y grises,
emergen tres monstruos, especie de dragones o cancerberos lanzando fuego por las
fauces y creando el temor entre los campesinos, los místicos y los jóvenes.
Para algunos, Fernández es mejor
escultor que pintor. Particularmente no estoy de acuerdo con esta tesis, pero
no obstante no hay que dejar de reconocer la ardua tenacidad, el dominio, la hondura,
la capacidad y la creación del artista en sus esculturas.
Fernández reside en Carvajal en
aquella casa que hace algunos años habitó Salvador Valero. Esta residencia es
grande, tranquila, funcional y magnífica al mundo fabulador del pintor. Fue
donada a través de los miembros del desaparecido "Grupo Martes",
entre quienes figuraban el abogado José D'Albenzio y la doctora Josefa Simancas
Carrasquero, así como otras personas jóvenes que trabajaron activamente para
hacer realidad el sueño de "El Hombre del Anillo" con respecto a su
casa propia. Y Fernández jamás ha olvidado este gesto y cada momento se expresa
con elogios para los que formaban filas en ese Grupo que recordaba los martes
poéticos de Mallarmé.
De un lustro para acá, Antonio
José Fernández ha cambiado muchísimo en el aspecto espiritual. Ya no es aquel
personaje agresivo, hosco, contra quienes no le compraban sus pinturas; ya no
es el atormentado por la precaria situación económica. No habla de suicidio
como tanto solía hacerlo. Luce alegre, y a pesar de su soledad y de que sus
ojos no están en muy buenas condiciones, ha echado a un lado sus quejas para
sonreírle a la vida.
Así es este Antonio José
Fernández, "El Hombre del Anillo", el artista que sólo visita a
Escuque cuando va estrechar la mano de su padre que desde hace más de dos
décadas yace solitario bajo tierra.
Rafaela Baroni
Rafaela Baroni
El reciente veredicto del Comité
ejecutivo del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía, CNAC, sobre los
proyectos a financiar este año incluyó a la propuesta de desarrollo de guión
titulada, Aleafar, que dará pie a un documental sobre la artista popular
Rafaela Baroni, presentada por Leoncio Barrios.
Rafaela Baroni, tallista,
pintora, performista, poetisa, declamadora, cuentacuentos, compositora,
cantante, cultora de la muerte y sanadora a través de la ternura, ha despertado
interés de críticos, coleccionistas y público en general desde la presentación
de su obra en el Museo de Arte en Contemporáneo a mediados de los noventa y por
su trayectoria recibió el Premio Nacional de Cultura Popular 2006.
“Baroni”, según
su propia leyenda, ha tenido una vida marcada por el sufrimiento y a pesar de
ello, lo ha convertido en un goce que plasma en la obra que talla, pinta y
compone todos los días y noches y vive en su cotidianidad. La recreación de su
vida a través de sus historias desde la infancia hasta los algo más de setenta
años que ahora tiene, es fascinante. Su existencia ha estado marcada por el
deber familiar, el amor al prójimo, el amor erótico, convulsiones epilépticas,
muertes transitorias, devoción religiosa, pasión por la muerte, amor por la
naturaleza y mucha, mucha fantasía que, entre otros elementos, ha volcado en
una capacidad creadora impresionante en la cual conjuga la ingenuidad de una
mujer campesina con la picardía propia de ese mundo.
Literatos Trujillanos
Ángel Carnevali Monreal
Carnevali Monreal fué no sólo el más brillante escritor trujillano de su época, sino también una de las más destacadas figuras del pensamiento venezolano. Nació en la ciudad de Trujillo alrededor de 1866, hijo de don Ángel Carnevali, italiano, y de Nicolasa Monreal, venezolana, descendiente esta última de don Sancho Briceño y colateral lejana, por tanto, del Libertador. A muy temprana edad fallecieron los padres de Ángel, quien, así como sus hermanos, fué acogido en hogares amigos para su formación y educación.
Carnevali Monreal fué no sólo el más brillante escritor trujillano de su época, sino también una de las más destacadas figuras del pensamiento venezolano. Nació en la ciudad de Trujillo alrededor de 1866, hijo de don Ángel Carnevali, italiano, y de Nicolasa Monreal, venezolana, descendiente esta última de don Sancho Briceño y colateral lejana, por tanto, del Libertador. A muy temprana edad fallecieron los padres de Ángel, quien, así como sus hermanos, fué acogido en hogares amigos para su formación y educación.
Amilcar Fonseca
El Dr. Amílcar Fonseca nace en la ciudad de Trujillo el 19 de mayo de 1870. Es el primogénito del matrimonio de José Félix Fonseca, maestro de primera enseñanza, y de Catalina Testa. Su niñez se desenvuelve en un medio donde se ignoran los acontecimientos del mundo. Caracas, la capital, está lejos, muy lejos de la pequeña ciudad andina; tanto, que las pocas personas que pueden realizar el viaje entre una y otra urbes, tienen que viajar primero a Maracaibo, confiando su vida a pequeños barcos que desde La Ceiba, Moporo o La Dificultad, caseríos lacustres, de la zona baja del Estado Trujillo, toman rumbo a Maracaibo; ahí los viajeros trasbordan a un navío que, antes de conducirlos a La Guaíra, toca en la isla holandesa de Curazao. Entonces los caudillos, comerciantes y hacendados trujillanos, cuando se veían precisados a trasladarse a la capital de la República, hacían testamento y se confesaban para afrontar los peligros de la azarosa travesía. Idénticas precauciones postmorten adoptaban, si por temor a los naufragios, decidían adentrarse por las múltiples rutas infestadas de partidas de bandoleros o alzados contra el Gobierno, atravesando los Estados Lara, Yaracuy, Carabobo, Aragua y Miranda.
El Dr. Amílcar Fonseca nace en la ciudad de Trujillo el 19 de mayo de 1870. Es el primogénito del matrimonio de José Félix Fonseca, maestro de primera enseñanza, y de Catalina Testa. Su niñez se desenvuelve en un medio donde se ignoran los acontecimientos del mundo. Caracas, la capital, está lejos, muy lejos de la pequeña ciudad andina; tanto, que las pocas personas que pueden realizar el viaje entre una y otra urbes, tienen que viajar primero a Maracaibo, confiando su vida a pequeños barcos que desde La Ceiba, Moporo o La Dificultad, caseríos lacustres, de la zona baja del Estado Trujillo, toman rumbo a Maracaibo; ahí los viajeros trasbordan a un navío que, antes de conducirlos a La Guaíra, toca en la isla holandesa de Curazao. Entonces los caudillos, comerciantes y hacendados trujillanos, cuando se veían precisados a trasladarse a la capital de la República, hacían testamento y se confesaban para afrontar los peligros de la azarosa travesía. Idénticas precauciones postmorten adoptaban, si por temor a los naufragios, decidían adentrarse por las múltiples rutas infestadas de partidas de bandoleros o alzados contra el Gobierno, atravesando los Estados Lara, Yaracuy, Carabobo, Aragua y Miranda.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)